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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

martes, 1 de mayo de 2007

La violencia doméstica y sus víctimas silenciosas: los niños.

En la actualidad, en lo que respecta a la violencia doméstica, la atención pública se centra, lógicamente, en las principales víctimas: las mujeres. Sin embargo, la atención prestada a los hijos que, como víctimas silenciosas, presencian dicha violencia, es muy escasa o casi nula. Es evidente que los niños que son testigos de violencia pueden presentar importantes problemas psicológicos y de conducta que alteran su funcionamiento en la escuela, en casa y con sus amigos o compañeros.


Un niño en presencia de peligro se dirige, típicamente, a uno de sus padres en busca de protección y es desolador que no encuentre seguridad si uno de los padres es el que comete la agresión y el otro una víctima aterrorizada.


La primera vez que un niño se expone a la violencia es, a menudo, en el hogar. En las familias en las que las mujeres son golpeadas, la mayor parte de los hijos presenciarán dichas escenas de violencia y presenciarlas puede ser tan traumático como ser víctimas directas de ella. Los niños pueden sufrir un trastorno de estrés o presentar signos evidentes de problemas de conducta o emocionales. Incluso los lactantes y los niños muy pequeños pueden presentar síntomas tales como trastornos del sueño, pérdida de apetito y retraso del desarrollo. Otros niños presentarán alteraciones de la concentración en el colegio y pueden estar atemorizados ante la idea de dejar sola a su madre, ya que temen por su seguridad. Incluso algunos intentan protegerla heroicamente, "poniéndose duros" para ocultar sus miedos y llegan, incluso, a parecer insensibles y despreocupados.


Los medios de comunicación hacen saber a la opinión pública que muchos adolescentes con problemas serios de drogas o alcohol, expulsados del colegio o que cometen terribles actos de violencia con sus compañeros, tienen una historia infantil de malos tratos en el hogar. La agresividad entre los padres enseña a los niños poderosas lecciones con respecto al papel de la violencia en las relaciones personales. En la vida adulta tienen más probabilidades de ser ellos mismos víctimas o agresores. Un número elevado de varones que pegan a sus mujeres crecieron en hogares donde el padre pegaba a la madre. Las niñas que crecen en hogares violentos serán más probablemente maltratadas.


En el 50% de las familias en las que existe violencia, los niños no son únicamente "espectadores pasivos" sino víctimas directas de los malos tratos y, con frecuencia, lo son en medio de una agresión entre sus padres.


La crianza de los hijos es siempre difícil. Sin embargo, cuando una mujer es víctima de violencia doméstica, la dificultad adquiere una nueva dimensión. Como víctima, puede llegar a estar tan preocupada por su seguridad y supervivencia que puede ser incapaz de valorar por completo las necesidades o la situación de sus hijos. Por otro lado, los padres creen a menudo que los niños no son conscientes ni capaces de apreciar lo que están viendo y viviendo.


La gran dificultad para los pediatras estriba en que los hijos que presencian escenas violentas son víctimas silenciosas o "espectadores pasivos" y, por tanto, sus cicatrices pueden ser invisibles. De tal forma, es posible que no se pueda apreciar su estrés y perder así la oportunidad de ayudarles. Si se pone de manifiesto la existencia de violencia doméstica, es esencial que el pediatra valore primero la seguridad de la madre y de sus hijos y si el niño ha sido objeto de malos tratos. Intentar conseguir un máximo de seguridad puede ser una tarea muy difícil, cuando la madre se siente incapaz de abandonar a su pareja porque no tiene recursos económicos o está demasiado atemorizada. Su miedo está bien fundamentado: Las mujeres tienen más riesgo de sufrir lesiones graves inmediatamente después de dejar a su pareja.


Finalmente, aunque los pediatras tienen en cuenta, desde hace tiempo, los trastornos de las relaciones entre los padres y los malos tratos a los hijos, todavía, no nos hemos centrado lo suficiente en las necesidades de los niños que presencian escenas violentas familiares. Se precisan, además, nuevos estudios para saber por qué algunos niños parecen recuperarse mejor que otros. En conclusión, deberemos dirigir tambien nuestros esfuerzos hacia una prevención primaria que consiste, ante todo, en educar a nuestros pequeños pacientes y enseñarles, para cuando sean adolescentes y futuros padres, que las relaciones íntimas no pueden ser violentas. Adaptado de B. Zuckerman, M.D. y cols. Pediatrics (ed. esp.) Vol. 40, núm. 3, 1995.