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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

martes, 31 de julio de 2007

Los niños y los celos.

Los celos son una reacción normal que todos los niños pueden sentir en alguna época de su vida. Ciertas manifestaciones de agresividad, oposición y hostilidad hacia los padres o hermanos representan un estado normal del desarrollo psicológico y afectivo. Por tanto no tienen ningún significado patológico, excepto si se convierten en la única forma de relacionarse con su medio ambiente.

La cuestión práctica planteada puede, en general, resumirse de la siguiente manera: "¿hasta qué punto puede permitírsele todo al niño?, ¿cuándo hay que reaccionar?". Ninguna respuesta simple puede darse al respecto. Pero, lógicamente, se puede estimar que se sobrepasa el límite cuando el niño pueda provocar un incidente realmente peligroso para otro niño o para sí mismo.

En realidad, el niño debe hacer un verdadero aprendizaje de la conducta "agresiva" adecuada y hay que reconocer los aspectos positivos. Es decir, los padres deben ofrecer a su hijo un modelo de comportamiento que le sirva para perfilar su personalidad. Así, como un luchador, el niño prueba la fuerza de sus padres y la suya propia. Este juego es eficaz si es valorado honestamente por ambas partes. Es fundamental que el niño aprenda a "atacar" y a defenderse. Esta técnica le ayudará a controlar las futuras reacciones agresivas en la sociedad.

Sin regulación, la agresividad equivale a una conducta primitiva e ineficaz, que conduce posteriormente al rechazo, en mayor o menor grado, por parte de los demás.

La actuación de los padres, de común acuerdo, es imprescindible y debe implicar a la vez, la posibilidad de que el niño aprenda, por experiencia, cuándo recibirá oposición de sus padres o bien autoafirmarse, dependiendo de que se pase o no del límite de lo que le es permitido, sin peligro para él o para los demás.

La mitad de la batalla estará ganada cuando los padres entiendan la naturaleza del problema. No deben sentirse culpables por no haber previsto la aparición de los celos y sí deben darse cuenta de que, manejados con comprensión, no llegarán a ser un problema que perdure.

Los celos tienen mala reputación y los padres, a menudo, soportan mejor la hostilidad dirigida contra ellos que contra otro de sus hijos. El niño se siente, casi siempre sin razón, desplazado o rechazado fuera del círculo familiar por el nacimiento de un hermano. Aunque el exceso de trabajo sea, probablemente, el principal obstáculo, la mejor prevención a las manifestaciones de celos reside en una atención auténtica, durante el tiempo suficiente, a cada uno de los niños de la familia.

El pediatra o el psicólogo pueden aportar una ayuda verdadera, pero los simples consejos magistrales raramente modifican la conducta. Por parte de todos, la eficacia de la intervención requiere, como siempre, experiencia, interés, sentido de la oportunidad, bondad, humor, buen criterio y, sobre todo, sentido común.