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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

sábado, 29 de marzo de 2008

Radiaciones de teléfonos móviles: ¿son dañinas?

Dada la abundancia de los teléfonos móviles en todo el mundo (más de mil millones), un investigador del Departamento de Neurociencias y Salud Mental del Imperial College de Londres ha publicado un artículo sobre el efecto de estos aparatos en el cerebro. Puesto que la tecnología GSM mediante la que funcionan los móviles sólo lleva disponible diez años, se ignora si éste sería un período suficiente como para haber identificado su efecto en el desarrollo de una patología cerebral. De momento, los datos disponibles sugieren que el riesgo de desarrollar este tipo de patología es muy pequeño.

En otro estudio, en personas sensibles a los campos electromagnéticos, realizado por Rubin y sus colaboradores, no se ha podido demostrar que los síntomas de los pacientes se asociaran a la radiación del teléfono móvil.

Por su parte, las autoridades sanitarias holandesas han llegado a afirmar que no hay razón para recomendar que se limite el uso de teléfonos móviles, ni siquiera en la población infantil.

Sin embargo, en la otra cara de la moneda, en países como el Reino Unido, el Grupo Independiente de Expertos en Telefonía Móvil publicó, ya en el año 2000, un informe en el que se recomendaba llevar a cabo un programa de investigación y un uso cauteloso de los teléfonos móviles, especialmente en los niños. Adaptado de Maier, M. BMJ 2006; 332(7546): 864-865.

domingo, 23 de marzo de 2008

Obesidad infantil y falta de sueño.

En la actualidad, aparte de los factores genéticos y ambientales, el principal responsable de la elevada frecuencia de obesidad es el desequilibrio entre el consumo de calorías y el gasto de energía (ejercicio físico). Y en este desequilibrio pueden intervenir otros factores, como es el hecho de dormir poco.

La población infantil es un grupo de población que se considera más vulnerable a las consecuencias de la falta de sueño, ya que ésta puede alterar considerablemente los mecanismos hipotalámicos que regulan el apetito y el gasto de energía.

La breve duración del sueño provoca alteraciones hormonales que se asocian con un aumento del apetito y con la sensación de hambre.

En lo que constituye un círculo vicioso, la falta de sueño produce fatiga y una somnolencia excesiva durante el día. Y se plantea la posibilidad de que sea ese cansancio el que ocasione la reducción de la actividad física, lo cual es, a su vez, un factor que contribuye a la aparición de la obesidad.

La explicación del fenómeno de la falta de sueño en la población pediátrica reside en el cambio de los hábitos, ya que muchos niños y adolescentes se van a dormir más tarde debido a la televisión, los videojuegos, internet y los teléfonos móviles. Por ello, debe inculcarse a los padres la necesidad de establecer un horario fijo para que el niño se vaya a dormir y para despertarse cada día, crear un ambiente relajante en su habitación y asegurarse de que sólo se use la cama para dormir (no para leer, ver la televisión, escuchar música, ...), animar al niño a practicar ejercicio físico (si bien no en las horas antes de ir a dormir) y evitar las cenas copiosas antes de irse a la cama.

Además, algunas medidas que deben inculcarse en el caso de los adolescentes es, por supuesto, no ingerir nicotina, alcohol y drogas, evitar las bebidas con cafeina después del almuerzo, procurar no realizar actividades estimulantes antes de ir a dormir, evitar quedarse toda la noche despierto para estudiar y, el fin de semana, dormir un poco más, pero sin sobrepasar más de dos o tres horas la hora normal en que se levantan habitualmente.

El autor, de la Universidad de Bristol, concluye que es necesario adoptar medidas para prevenir la obesidad, las cuales deberían pasar por fomentar una dieta saludable, animar a realizar ejercicio físico e instaurar patrones de sueño adecuados. Con ello, además, se podrán obtener más beneficios para la salud y para el rendimiento intelectual. Adaptado de Taheri, S. Arch Dis Child 2006; 91(11): 881-884.

domingo, 16 de marzo de 2008

¿Vacunas "comestibles" en el futuro?

En el artículo "Una cucharada de antígeno", Alison Tonks, redactora adjunta de la prestigiosa revista científica British Medical Journal (BMJ), comenta las perspectivas futuras de las vacunaciones por vía oral. Desde hace quince años se está investigando para obtener una vacuna comestible.

En un principio se propuso la producción de frutas y verduras modificadas genéticamente para que contuvieran la vacuna. Charles Arnzten y su equipo desarrollaron patatas que producían proteínas inofensivas de virus de la hepatitis B, virus de Norwalk y Escherichia coli; y fueron los responsables de los primeros estudios en humanos, en los que se observó una respuesta inmunológica limitada.

En la actualidad se investiga el uso de plantas modificadas genéticamente para producir proteínas de antígeno que puedan ser incluidas en comprimidos o cápsulas para su comercialización. Se están estudiando vacunas del cólera, la peste, el carbunco, E. coli y virus de Norwalk.

Como inconvenientes están su elevado coste de desarrollo en la actualidad, la falta de una legislación adecuada referente a las condiciones de fabricación o una posible contaminación de la cadena alimentaria (aunque el uso de la planta del tabaco podría evitarla).

Estas vacunas orales ofrecen una serie de ventajas sobre las vacunas convencionales. No hay que inyectarlas, con lo que se facilita y abarata su uso, no duelen, evitan los riesgos asociados a las agujas y no requieren profesionales sanitarios especializados. Permiten vacunar a un gran número de niños y pueden almacenarse a temperatura ambiente.

Su mayor ventaja es que producen inmunidad en superficies mucosas, sobre todo en el intestino, lo que es muy importante frente a microorganismos como E. coli y Vibrio cholera. Las vacunas mucosas son clave en la defensa frente a microorganismos cuya vía de entrada es la mucosa, como el virus de la gripe y el de la inmunodeficiencia humana (VIH). Adaptado de Tonks, A. BMJ 2007; 335 (7612): 180-182.

domingo, 9 de marzo de 2008

Alergias alimentarias en los lactantes.

En la población general, aproximadamente un 20% cree ser alérgico a uno o más alimentos. En la población infantil, en concreto, las alergias alimentarias son dos o tres veces más frecuentes que en los adultos.

Los síntomas de la alergia a alimentos pueden afectar a varios órganos. Sin embargo, la principal manifestación sigue siendo la dermatitis atópica. Tambien es posible que aparecezca en forma de urticaria aguda. Asimismo, se pueden observar síntomas digestivos tales como náuseas, vómitos, diarrea y dolor abdominal. Puede ocasionar, incluso, edema labial, dificultad para tragar y picor en el paladar. Otra manifestación puede ser el asma. En el lactante, una reacción alérgica generalizada grave (anafilaxia) es poco habitual.

Aunque estos signos clínicos se producen al tomar el alimento, tambien pueden aparecer tras el contacto con éste o su inhalación.

Los principales alimentos causantes de alergia en el lactante son el huevo, los cacahuetes y la leche de vaca. Los siguientes tambien se establecen como responsables: fresas, kiwi, chocolate, mariscos, pescado azul, calamares, embutidos, nueces, avellanas y almendras. El 60% de los lactantes son alérgicos a un solo alimento y existen muy pocos casos de alergias alimentarias a varios alimentos a la vez.

La alergia se produce habitualmente en las dos horas posteriores a la toma del alimento, si bien su aparición puede llegar a retrasarse hasta las cuatro horas. El plazo es más difícil de precisar si existe dermatitis atópica, ya que las lesiones son permanentes y el eccema puede agravarse hasta 24 horas después del consumo del alimento.

En todo caso, el diagnóstico de la alergia debe basarse en un estudio sistemático en el que se incluye una prueba cutánea de punción (prick test).

Para algunos alimentos (leche, huevo, cacahuetes y pescado) se dispone de pruebas analíticas (IgE específicas), lo cual permite reducir las pruebas de provocación. En estas últimas se introduce el alimento a dosis crecientes (dependiendo de la historia clínica del paciente y del alimento en cuestión) cada veinte minutos mientras no se produzcan manifestaciones. El inconveniente es que deben llevarse a cabo en un centro hospitalario especializado, con una estrecha vigilancia médica, ya que pueden desencadenar una reacción alérgica generalizada. Adaptado de Bidat, E. Arch Pediatr 2006; 13(10): 1349-1353.



viernes, 7 de marzo de 2008

Malos tratos y abandono en la infancia.

El maltrato infantil es universal y tiene consecuencias físicas, psicológicas y sociales a corto y largo plazo. Incluye los malos tratos físicos y el abandono o la falta de cuidados. Suele deberse a la interacción de varios factores de riesgo que, en ocasiones, pueden llegar a detectarse en la consulta: depresión de uno de los padres, una discapacidad del niño, la violencia familiar o la ausencia de recursos económicos.

Asimismo, el médico debe estar alerta ante lesiones que sugieran malos tratos físicos, que pueden incluir golpes, zarandeos, quemaduras y mordeduras. La falta de cuidados es la forma más frecuente de maltrato infantil, pero en la mayoría de los casos no es intencionado.

Se considera abandono o falta de cuidados la omisión de atención a la salud, educación, supervisión, protección frente a peligros ambientales y satisfacción de las necesidades físicas como la alimentación o el vestido; pero tambien es abandono la falta de apoyo emocional.

El maltrato infantil ocurre en todos los países, culturas, razas, religiones y clases sociales. Es probable que los casos comunicados a las autoridades sean sólo la punta del iceberg.

El médico no sólo debería identificar y denunciar los malos tratos, sino que tambien debería intervenir en su tratamiento y prevención.

La prevención del maltrato infantil empieza en la consulta con la observación de las relaciones familiares y la detección de los factores de riesgo.

Además de los factores de riesgo intervienen tambien, afortunadamente, unos factores protectores: reconocimiento del problema por parte de los padres y búsqueda de ayuda, servicios de salud mental accesibles y apoyo de los abuelos. Adaptado de Dubowitz, H y cols. Lancet 2007; 369(9576: 1891-1899.