...

"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

sábado, 27 de abril de 2013

Cuando la familia ahoga

La familia está para lo bueno, lo necesario y lo doloroso. También puede convertirse en una red de conflictos, chantajes emocionales y traumas que ahogan la capacidad de crecer. Por tanto, la familia puede ser un paraíso o un infierno. En su seno ocurre de todo, aunque no por ello deba justificarse todo.

En nuestra cultura hemos elevado a la familia al modelo del bienestar afectivo, la base del sustento de un país e incluso un sacrosanto mandamiento divino. ¿Quién es el guapo que se atreve a poner en duda su valor?
Y ahí aparece la contradicción: ¿cómo averigüar sus perversiones cuando es el valor absoluto de una sociedad y la base afectiva de una persona? ¿Cómo formalizar la salida de una familia que nos pueda estar maltratatando, neurotizando o ahogando, si el vínculo de sangre es para toda la vida? No podemos ponernos en contra de la familia, pero ¿significa eso justificarla en todo?

Nada más llegar a este mundo tenemos la tarea de encontrar la proximidad de una persona adulta con capacidad de cuidarnos y protegernos. De ahí nace el apego. En caso de no encontrar una respuesta satisfactoria, intentamos elaborar otras estrategias: o bien el apego se hiperactivará (demanda de más atención o lo que popularmente llamamos estar pegados a la falda de la madre) o bien se desactivará (inhibición emocional). Nace así un estilo afectivo, una manera de amar y ser amados.

La seguridad del lazo familiar tiene otra función mayor: permite explorar el entorno. Lo vemos a diario, cuando los pequeñines alardean de sus primeros pinitos. El grado de confianza o desconfianza que tengamos ante la vida y los demás y nuestra autoestima tendrán mucho que ver con la fuerza de ese vínculo y sus dos condiciones: que sea estable y perdurable, basado en el afecto y en el amor. Eso sí, nadie entiende lo mismo por afecto y por amor.

Ahora imaginemos a unos padres que, por miedo y exceso de control, mantengan a esa personita metida en una burbuja de protección. En lugar de reforzar su sistema de confianza, están depositando cantidades ingentes de miedos y fobias futuras. Del mismo modo, unos padres descuidados someterán a sus hijos a peligros innecesarios y situaciones estresantes que pueden acabar en traumas. O aquellos otros que, con la mejor de las intenciones, han colmado a sus hijos de todo lo que han querido y cuando lo han querido. Muchos se lamentan después de haber criado pequeños tiranos narcisistas. ¡Qué difícil saber lo que es más adecuado!
"El amor no es solo un sentimiento, tambien es un arte" (H. de Balzac)

Mary Ainsworth, investigadora del apego a partir de la teoría incubada por John Bowlby, dio con la clave: la  respuesta sensible. Consiste en la capacidad de los padres o cuidadores para comprender e interpretar adecuadamente las señales de demanda del bebé. Esta sensibilidad no es poca cosa, se convierte en un sistema para organizar el desarrollo psíquico  y emocional de la criatura. La respuesta sensible obedece a las formas de actuar de los padres, que a su vez dependen de su propia historia afectiva. Muchos padres acaban haciendo a sus hijos lo mismo que les hicieron a ellos, anclando así valores morales que ya se expresan en los tres primeros años de la vida.

Existe un gran acuerdo en resaltar la importancia de los primeros años de nuestra vida: se construyen las paredes maestras de nuestra estructura psíquica. Nos condicionarán, sin duda, pero no nos determinarán. Como le gusta contar a E. Punset, llegamos al mundo con una colección determinada de interruptores y luego la vida se encarga de conectar algunos y dejar otros en el olvido.

En una familia esa respuesta sensible puede estar también condicionada por múltiples factores: la existencia de otros hermanos, el lugar que se ocupa entre ellos, o ser hijo único, o el encaje entre el trabajo y la familia, las modas, las relaciones en la escuela, una crisis económica. No se trata de culpar a nadie, sino de entender la respuesta sensible de cada relación.

La arquitectura emocional, desarrollada en la etapa del apego, tendrá otras pruebas: la búsqueda de la propia identidad, el sentido de la autoeficacia y el desarrollo de habilidades y talentos innatos. Por ahí nacen múltiples desencuentros, proyecciones de los propios padres y chantajes que ahogan el crecimiento personal. En lugar de apoyar, de ser una red de seguridad afectiva, la familia se convierte entonces en una pesadilla, en la siempre frustrante y airada combinación entre el amor y el odio, entre el rechazo y la sed de pertenencia, entre el abandono y la necesidad afectiva. Quizá por eso, Simone de Beauvoir exclamó que la familia era un nido de perversiones.
"Son tus decisiones y no el azar, las que determinan tu destino" (J. Nidetch)

Según sean las relaciones dinámicas entre sus miembros, la familia podrá crecer o destruirse. Podrá tener paz y equilibrio, guerra, resentimiento, dejadez, alegría, dulzura. Podrá ser un paraíso o un infierno. Puede existir una vinculación amorosa, o puede que se limite a gestionar intereses. Creo que entre esos extremos andamos todos, proclamando una creencia que ya se ha convertido en universal: la familia es la familia. En su seno ocurre de todo, aunque no por ello deba justificarse todo.

Ahora que mucha gente vuelve a casa, es una buena ocasión para recomponer vínculos rotos, heridos o abandonados si los hay. Si solo sirve para pagar deudas, dar comida y un espacio para dormir, olvidamos que su función es, sobre todo, crear vínculos afectivos y no ahogarlos. La familia es nuestra primera comunidad de acogida, y nadie obliga a quererla si no ha habido amor. Luego vendrá la familia escogida. Es ahí donde se empieza a formar la respuesta sensible.
"No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos" (F. Schiller)

Libros:
- 'Amame para que me pueda ir', de Jaume Soler y Mercé Conangla. RBA.
- 'Apego y sexualidad', de Javier Gómez Zapiain. Alianza Editorial.
- 'Lo que nos pasa por dentro', de Eduard Punset. Ediciones Destino.

Películas:
- 'La tormenta de hielo', de Ang Lee. Fox Searchlight Pictures, 1997.
- 'Gente corriente', de Robert Redford. Paramount Pictures, 1980.


Adaptado de Xavier Guix: "Cuando la familia ahoga". Intro Psicología. El País Semanal, núm. 1908; 22-23.