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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

viernes, 31 de marzo de 2017

Una carta de nuestro padre

Queridos hijos: cuando leáis esta carta ya no estaré en este mundo. He sido vuestro padre mientras vivía y no tengo la intención de dejar de serlo ahora solo porque me haya ido. La paternidad no declina ni siquiera por la circunstancia de la muerte. Aunque naturalmente muta y estas líneas son para explicar ese cambio.

Como padre, una de mis ambiciones ha sido la de no estorbar demasiado.
Si un padre no estorba el desarrollo natural de su hijo, ya contribuye positivamente a su educación. Ante tantos padres castrantes, autoritarios, frustrados y frustantes, intenté no tener excesiva o mala influencia sobre vosotros.

No estoy completamente de acuerdo con Platón cuando afirma que la descendencia es una forma de eternidad para los mortales. A la descendencia hay que dejarla en paz y no usarla como coartada, ni siquiera de eternidad.

Nunca me formé un plan previo para vosotros que debierais satisfacer, así que tampoco hubo riesgo de que me defraudarais. La naturaleza tiende a su propia perfección y así lo ha hecho durante millones de años. Con esta confianza elemental en el impulso de la naturaleza, me senté a contemplar, cuando mi trabajo me lo permitía, cómo ella hacía el suyo en vosotros y fuí feliz testigo de vuestro maravilloso crecimiento.

Con todo, los hijos están bajo el cuidado de sus padres. De estos depende que los primeros no solo crezcan, sino que crezcan sanos. Somos proveedores de vuestra salud. La del cuerpo, claro está, pero también la mental, la anímica y la sentimental.

Imitando como pude a la maestra de vuestra madre, cuidé de vosotros para proporcionaros las condiciones de una vida saludable y salvaros -salud significa salvación- de lo insano, mórbido y vicioso al acecho. Nada es seguro y todo se haya expuesto a los antojos de la caprichosa mala suerte.

Pero ciertamente, aun sin garantía alguna de éxito, el trabajo en la propia salud, si luego se combina con una buena administración de las expectativas de la vida, jugando entre la esperanza y la experiencia, aumenta las probabilidades del gozo inteligente, lo único que al final quise para vosotros.

Por decirlo todo, quise algo más. Un padre te cae en suerte sin elegirlo. Así que me encantaría, por supuesto, que pensarais que vuestra suerte en el sorteo ha sido buena. Respecto a vuestra madre, no tengo la menor duda de cuál es vuestro pensamiento.

Y mucho más todavía, me gustaría que tuvierais le certeza de que el afortunado también he sido yo, porque vuestra mera existencia ha bendecido definitivamente la mía.

Ahora que me he ido, el ser padre se prolonga a través de la imagen de mi vida que vosotros conservais. Y deseo que sea la de un padre que procuró no estorbar demasiado, cuidó de vuestra importante salud y se sintió inmensamente afortunado.

He de reconocer que en este momento le doy más razón a Platón. Viéndolo así, los hijos son una forma de eternidad para los padres.

¿Que cómo pretendo que esta carta no sea leída hasta después de que me haya ido si ya ha salido publicada en un periódico global? Pues porque, sin apenas darme cuenta, entre las lecciones de vida que he transmitido a mis hijos e hija, está la de leer solo por placer. Y he observado que tienen la sana costumbre de no leerme demasiado,


Adaptado del Prof. Javier Gomá Lanzón. Carta Blanca. EPS. núm. 2110; 10. 5-3-2017