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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

jueves, 30 de noviembre de 2017

Grandes maestros pequeños

De alguna manera, sirva esta entrada como una despedida. Probablemente no cumpliré mi palabra. Algún compañero me dijo una vez que yo tardaba un infierno de tiempo en decir adiós. Nadie quiere irse ... Supongo. La cuestión es: ¿cuándo? Y, a menos que uno se sienta incómodo, alejarse es difícil. 

Quedará siempre el recuerdo de la ilusión, de la fuerza para seguir y de servir, de alguna forma, para que alguien pudiera sentirse mejor. No hay que ser pediatra para saber que la colaboración de los padres, tutores y educadores es imprescindible. Hasta tal extremo que, sin ella, de poco margen disponemos, en el campo de la sanidad, para contribuir a que la infancia pueda ser una etapa digna de ser recordada con nostalgia el resto de la vida.

De algún sabio leí que más que preciso, hay que ser interesante; porque lo menos soportable, al hablar o al escribir, son los detalles: la pesadez. Así que, ante todo, brevedad, ¿verdad?

Esta vez no habrá citas de científicos para respaldar mis palabras. Me salva que comparto, con quién quiera leerme, una sensación personal. No se trata de ninguna reflexión o conclusión basada en la ciencia o en la experiencia. 

Cualquier adulto, tanto si tiene hijos como si no, puede cerrar por un instante los ojos y regresar a algún momento de su infancia. Recordaremos entonces cómo jugábamos ... Y los niños se toman tan en serio sus juegos que el tiempo no existe para ellos; ni nada más, ni nadie más. Ningún niño está dispuesto a perderse ese preciso momento. Y, en cierto modo, un adolescente, menos aún. Quizás tengan que pasar muchos años antes de detenernos a pensar, por ejemplo, que la libertad no existe. Que somos "esclavos" de nuestros genes, de nuestra educación, de nuestros principios, de nuestros compromisos ... de nuestro pasado; y de nuestro destino. Y que nos guste o no, es la única opción que nos queda para elegir. Creemos ser libres. Otra cosa muy distinta es ser verdaderamente libres, como en esos mágicos momentos de la infancia en los que respetar las reglas del juego es la única "obligación" a cumplir. Esta lección, una de tantas, nos la enseñan los niños, los grandes maestros pequeños. Y la deberíamos recordar. Creo yo.