...

"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

martes, 28 de febrero de 2012

El miedo infantil a la separación

Con toda probabilidad, la experiencia más estresante para un bebé es la separación de la madre que le cuida y garantiza su supervivencia. El mecanismo de la desesperación al separarse de su madre es innato en los recién nacidos para ayudarlos a sobrevivir. Algo que seguramente desconocen los miembros de una tribu de un lugar remoto del Planeta que casi estrangulan a los niños cuando lloran por primera vez para que nunca más vuelvan a llorar. El proceso se dispara cuando la madre sale del dormitorio de su hijo. Las separaciones tempranas de la madre aumentan el nivel de cortisol, la sustancia bioquímica del miedo.

En el adulto, el mismo mecanismo se dispara cuando se pierde un gran amor. Sobre el desamor y la angustia por separación, conocemos mejor cómo funcionan en los niños que en los mayores. Otra manera más correcta de decir lo mismo es que la mayoría de los adultos no son conscientes de que el desamor, cuando lo sufren, transcurre por los mismos circuitos cerebrales que la ansiedad del abandono en los niños. Las respuestas para hacer frente a estas situaciones son innatas y no han cambiado. Es decir, la experiencia que proporcionan cincuenta años de la vida de una persona no ha servido para nada.

En esos circuitos, el papel de maestro de ceremonias corresponde a la corteza órbitofrontal. Cuando algo falla en esta parte reguladora del cerebro, explica Alan Schore, de la Universidad de Los Angeles, desaparece por completo la vida social de una persona. La posibilidad de ponerse en el lugar de otro y de intuir lo que está cavilando para poder ayudarlo o controlarlo exige una corteza órbitofrontal que haya culminado su etapa de formación. Así, el día de mañana, será la que controle el hemisferio derecho que domina la infancia y la coordinadora de las áreas sensitivas de la corteza cerebral con otras más profundas y responsables de las emociones condicionadas por el ánimo de supervivencia.

En las edades tempranas de la vida de un niño, el peligro, sobre todo para cuando ya sea mayor, reside en desconcertarle, inducirle a prácticas equivocadas o, lo que es peor y ocurre a menudo, interrumpir la etapa de su formación con sobresaltos inesperados. El más inmediato de estos sustos o preocupaciones es la ansiedad de la separación. El más probable es la muerte de alguien cercano.

Que levante la mano quien sepa lo que siente un niño por dentro cuando está solo. No importa el lugar. Una habitación totalmente oscura en la que no sabe qué monstruos espantosos se esconden debajo de la cama. La verja del colegio -donde acaban de terminar las clases- a cuya sombra espera inmóvil, aterrado, a que llegue su madre a buscarlo, igual que todos los días, pero sin tener la certeza de su aparición; como los primeros homínidos no la tenían de que el sol volvería a salir por la mañana. A los tres años de edad, no ha habido tiempo de experimentar un número suficiente de veces el fenómeno, de tal manera que el individuo, a fuerza de repeticiones, acabe albergando en la conciencia la certeza absoluta de que volverá a ocurrir.

La soledad infantil puede sentirse incluso con un lápiz en la mano, haciendo garabatos. O en plena calle, arrastrado por la mano airada de un psicópata que, al llegar la noche, hará la vida imposible a su pareja, llenando la habitación de gritos que ahogarán su propio llanto.

Lo que sí conocemos es el impacto de esa soledad alimentada por la ansiedad de la separación. A Heather Geddes, reconocida maestra y terapéuta educacional del Reino Unido, autora de un libro muy popular sobre el apego o afecto en la escuela, le caben pocas dudas de que puede tener repercusiones psicológicas negativas y duraderas.

Todo el entramado de la teoría del apego o del cariño reposa sobre la construcción de una base segura y protegida desde la que los niños efectúen excursiones sucesivas a sitios o personas cada vez más lejanos, como los vecinos o amigos primero, la escuela después y más tarde viajes fuera de casa. El refugio seguro del apego familiar es el punto de partida.

Adaptado del Prof. Eduardo Punset, autor del libro "El viaje al amor. Nuevas claves científicas". Ediciones Destino, S.A. 2009; 244-246.

domingo, 12 de febrero de 2012

Una regla importante en la educación de los niños

Una regla esencial en la construcción saludable del concepto de uno mismo, descrita lúcidamente hace más de tres décadas por Haim Ginott, profesor de Psicología de la Universidad de Nueva York, consiste en no criticar o alabar al niño como persona, sino centrarse en lo que el niño ha hecho.

Por ejemplo, si la pequeña de cuatro años derrama el vaso de leche en el suelo segundos después de que le hayamos dicho que no juegue con el vaso, en lugar de reaccionar con un "¡Pero, Laura, qué mala eres; ya sabía yo que ésto iba a pasar; mira cómo has dejado el suelo que acabo de limpiar!", una mejor respuesta sería: "Laura, la leche es para bebérsela, no para jugar con ella. Vamos a limpiar rápidamente el suelo". Y cuando Joseph, de siete años, recoge todos los juguetes que había dejado desparramados por la casa, en lugar de decirle: "Eres un niño muy bueno y ordenado", es preferible declarar: "La casa está mucho más ordenada con todos tus juguetes en su sitio; me alegro además porque así encontrarás el juguete que quieras más fácilmente". La idea en el primer caso, es desaprobar la conducta de la niña sin criticarla a ella como persona. En el segundo caso, fomentar que el pequeño saque la conclusión de que es competente por haber hecho algo que merece la pena.

Martin E. Seligman, profesor de Psicología de la Universidad de Pensilvania, ha estudiado extensamente la forma habitual de explicar las situaciones que nos afectan, de acuerdo con tres valoraciones: la duración que le damos a los efectos de los sucesos, la intensidad del impacto que le atribuimos a los hechos; y el grado de responsabilidad personal que hacemos recaer sobre nosotros mismos por lo ocurrido. Lo normal es que los fracasos o las desventuras nos hagan a todos sentirnos desilusionados o frustrados, al menos temporalmente. Sin embargo, las personas que cuando son golpeadas por alguna adversidad piensan que se trata de un contratiempo pasajero, que no afecta a la totalidad de su ser y que no tienen la culpa, tienden a superarla y a recuperarse mejor y en menos tiempo que quienes consideran que los efectos de sus fallos o de las calamidades son irreversibles y permanentes y que ellos son los únicos responsables.

Por esta razón, es importante enseñar a los niños desde pequeños a madurar con un estilo explicativo sensato, pero favorable y positivo. Por ejemplo, imaginemos que Bruno, un niño de siete años, está dibujando y expresa frustración y rabia consigo mismo porque no le sale el dibujo lo bien que le gustaría. La madre, que ve su reacción, puede elegir una explicación optimista y positiva, al decirle con serenidad: "Mira, Bruno, el dibujo no te sale tan bien como tú quisieras porque estás cansado"; o, por el contrario, puede optar, desafortunadamente, por una explicación negativa o pesimista y sentenciarle: "Bruno, no te sale el dibujo como te gustaría porque ¡eso de dibujar no es lo tuyo!".

Tomado del Profesor Dr. Luis Rojas Marcos, autor del libro "La Autoestima. Nuestra fuerza secreta". Editorial Espasa Libros, S. L. U., 2010; 75-77.