Una regla esencial en la construcción saludable del concepto de uno mismo, descrita lúcidamente hace más de tres décadas por Haim Ginott, profesor de Psicología de la Universidad de Nueva York, consiste en no criticar o alabar al niño como persona, sino centrarse en lo que el niño ha hecho.
Por ejemplo, si la pequeña de cuatro años derrama el vaso de leche en el suelo segundos después de que le hayamos dicho que no juegue con el vaso, en lugar de reaccionar con un "¡Pero, Laura, qué mala eres; ya sabía yo que ésto iba a pasar; mira cómo has dejado el suelo que acabo de limpiar!", una mejor respuesta sería: "Laura, la leche es para bebérsela, no para jugar con ella. Vamos a limpiar rápidamente el suelo". Y cuando Joseph, de siete años, recoge todos los juguetes que había dejado desparramados por la casa, en lugar de decirle: "Eres un niño muy bueno y ordenado", es preferible declarar: "La casa está mucho más ordenada con todos tus juguetes en su sitio; me alegro además porque así encontrarás el juguete que quieras más fácilmente". La idea en el primer caso, es desaprobar la conducta de la niña sin criticarla a ella como persona. En el segundo caso, fomentar que el pequeño saque la conclusión de que es competente por haber hecho algo que merece la pena.
Martin E. Seligman, profesor de Psicología de la Universidad de Pensilvania, ha estudiado extensamente la forma habitual de explicar las situaciones que nos afectan, de acuerdo con tres valoraciones: la duración que le damos a los efectos de los sucesos, la intensidad del impacto que le atribuimos a los hechos; y el grado de responsabilidad personal que hacemos recaer sobre nosotros mismos por lo ocurrido. Lo normal es que los fracasos o las desventuras nos hagan a todos sentirnos desilusionados o frustrados, al menos temporalmente. Sin embargo, las personas que cuando son golpeadas por alguna adversidad piensan que se trata de un contratiempo pasajero, que no afecta a la totalidad de su ser y que no tienen la culpa, tienden a superarla y a recuperarse mejor y en menos tiempo que quienes consideran que los efectos de sus fallos o de las calamidades son irreversibles y permanentes y que ellos son los únicos responsables.
Por esta razón, es importante enseñar a los niños desde pequeños a madurar con un estilo explicativo sensato, pero favorable y positivo. Por ejemplo, imaginemos que Bruno, un niño de siete años, está dibujando y expresa frustración y rabia consigo mismo porque no le sale el dibujo lo bien que le gustaría. La madre, que ve su reacción, puede elegir una explicación optimista y positiva, al decirle con serenidad: "Mira, Bruno, el dibujo no te sale tan bien como tú quisieras porque estás cansado"; o, por el contrario, puede optar, desafortunadamente, por una explicación negativa o pesimista y sentenciarle: "Bruno, no te sale el dibujo como te gustaría porque ¡eso de dibujar no es lo tuyo!".
Tomado del Profesor Dr. Luis Rojas Marcos, autor del libro "La Autoestima. Nuestra fuerza secreta". Editorial Espasa Libros, S. L. U., 2010; 75-77.