En la vida de familia, las disputas entre usted y sus hijos son inevitables. Si en su familia no hay discusiones, significa probablemente que los problemas se están evitando. Para convertirse en adultos maduros, los niños deben ser capaces de expresar su opinión -aunque sea diferente a la suya- y sentir que se les está tomando en serio. Incluso así, usted debe y puede evitar el impacto negativo de las discusiones al mínimo.
Sea selectivo a la hora de elegir los problemas por los que merece la pena discutir. Es posible que algunos no lo serán. Por ejemplo, si su hijo quiere usar unas viejas zapatillas de deporte para ir al colegio en lugar de las nuevas que le compró, o si quiere tener su cabello un poco más largo de lo que usted prefiere, quizás debería dejarlo a su aire e insistir, en cambio, cuando se trate de cuestiones más importantes. Escoja sus batallas con cuidado.
Deje que su hijo gane algunas veces. Cuando usted y su hijo discutan, lo único que hay que hacer es escucharlo. Y si plantea algo lógico o convincente debemos estar dispuestos a decir: "Me has convencido. Vamos a hacerlo a tu manera". Permita que su hijo sepa que usted valora su punto de vista, que a través de la comunicación se pueden resolver los conflictos y que a veces se puede ganar.
Por tanto, si las discusiones se mantienen dentro de ciertos límites serán una forma aceptable y productiva de la comunicación. Se podrá continuar siempre y cuando estén bajo control, pero nunca cuando degeneren en insultos, cuando los gritos sustituyan a una conversación calmada o cuando no se avanza hacia una solución. Y por absurdos que sean sus argumentos, nunca se ría de su hijo. Pensará que lo está ridiculizando y se sentirá avergonzado de lo que dice o de sí mismo.
Si usted no está satisfecho con el trabajo que su hijo ha escrito sobre La Guerra Civil, por ejemplo, los dos pueden hablar de lo que cada uno considere erróneo, pero piense que, en todo caso, se trata de su tarea escolar y de su responsabilidad. Su profesor es el último juez. Si el diálogo empieza a ser personal ("Tú no sabes de lo que estás hablando"), entonces es tiempo para un descanso. Dígale a su hijo: "Esta discusión no va a ninguna parte. Tenemos que dejarla, que se enfríe. Volveremos a ella más tarde, cuando los dos podamos darle otro enfoque a este problema".
Realmente es una opción útil la que eligen algunas familias al programar sus discusiones. Por ej., un padre puede decir: "Volveremos a hablar cuando tengas cinco puntos para apoyar tu argumento y yo tenga otros cinco para defender el mío". Otras familias crean incluso un formato para estos diálogos, como algunos programas de televisión: el hijo habla sin interrupción durante cinco minutos y después el padre o la madre responde durante los cinco siguientes. Se trata, en todo caso, de buscar puntos de encuentro, de acuerdo, de compromiso.
Los conflictos sobre cuestiones concretas que se repiten una y otra vez requieren buscar su verdadera raíz. Por ej., el horario para hacer los deberes escolares en casa no debe convertirse en un problema cotidiano. Recuerde a su hijo que esa tarea le ha sido asignada por el profesor, que se trata de su trabajo y de su responsabilidad. Tanto usted como su hijo deben negociar sobre el asunto, llegar a un acuerdo y -con buena suerte- comprometerse a cumplirlo.
Las familias, en ocasiones, buscan a una tercera persona para, supuestamente, mediar en el conflicto y ésta, al adoptar una postura de uno u otro lado, puede conseguir el efecto contrario y el desacuerdo será aún peor. Otras veces, cuando las dos partes en conflicto son incapaces de resolver su problema aúnan sus esfuerzos para centrar la atención en otro miembro de la familia, como una forma de desviar la atención y evitar el trato del verdadero problema.
Dentro de cada familia existen algunas alianzas y ciertas rivalidades. Por ej., la madre y su hija podrían formar una coalición contra el padre y el hijo. O la madre y el padre se unen contra los niños en un tema particular. Pero en una familia sana estas alizanzas no son fijas, cambian de una situación a otra y no perturban el funcionamiento del hogar. Sin embargo, cuando se vuelven rígidas y de larga duración pueden hacer mucho daño.
No debe olvidar que los niños aprenden a manejar los desacuerdos viendo el ejemplo de sus padres. De cómo utilizan "buenos" argumentos. Del éxito de una reconciliación. El modelo para sus hijos es usted.
Adaptado de HealthyChildren.org - Family Arguments
Academia Americana de Pediatría.
Sea selectivo a la hora de elegir los problemas por los que merece la pena discutir. Es posible que algunos no lo serán. Por ejemplo, si su hijo quiere usar unas viejas zapatillas de deporte para ir al colegio en lugar de las nuevas que le compró, o si quiere tener su cabello un poco más largo de lo que usted prefiere, quizás debería dejarlo a su aire e insistir, en cambio, cuando se trate de cuestiones más importantes. Escoja sus batallas con cuidado.
Deje que su hijo gane algunas veces. Cuando usted y su hijo discutan, lo único que hay que hacer es escucharlo. Y si plantea algo lógico o convincente debemos estar dispuestos a decir: "Me has convencido. Vamos a hacerlo a tu manera". Permita que su hijo sepa que usted valora su punto de vista, que a través de la comunicación se pueden resolver los conflictos y que a veces se puede ganar.
Por tanto, si las discusiones se mantienen dentro de ciertos límites serán una forma aceptable y productiva de la comunicación. Se podrá continuar siempre y cuando estén bajo control, pero nunca cuando degeneren en insultos, cuando los gritos sustituyan a una conversación calmada o cuando no se avanza hacia una solución. Y por absurdos que sean sus argumentos, nunca se ría de su hijo. Pensará que lo está ridiculizando y se sentirá avergonzado de lo que dice o de sí mismo.
Si usted no está satisfecho con el trabajo que su hijo ha escrito sobre La Guerra Civil, por ejemplo, los dos pueden hablar de lo que cada uno considere erróneo, pero piense que, en todo caso, se trata de su tarea escolar y de su responsabilidad. Su profesor es el último juez. Si el diálogo empieza a ser personal ("Tú no sabes de lo que estás hablando"), entonces es tiempo para un descanso. Dígale a su hijo: "Esta discusión no va a ninguna parte. Tenemos que dejarla, que se enfríe. Volveremos a ella más tarde, cuando los dos podamos darle otro enfoque a este problema".
Realmente es una opción útil la que eligen algunas familias al programar sus discusiones. Por ej., un padre puede decir: "Volveremos a hablar cuando tengas cinco puntos para apoyar tu argumento y yo tenga otros cinco para defender el mío". Otras familias crean incluso un formato para estos diálogos, como algunos programas de televisión: el hijo habla sin interrupción durante cinco minutos y después el padre o la madre responde durante los cinco siguientes. Se trata, en todo caso, de buscar puntos de encuentro, de acuerdo, de compromiso.
Los conflictos sobre cuestiones concretas que se repiten una y otra vez requieren buscar su verdadera raíz. Por ej., el horario para hacer los deberes escolares en casa no debe convertirse en un problema cotidiano. Recuerde a su hijo que esa tarea le ha sido asignada por el profesor, que se trata de su trabajo y de su responsabilidad. Tanto usted como su hijo deben negociar sobre el asunto, llegar a un acuerdo y -con buena suerte- comprometerse a cumplirlo.
Las familias, en ocasiones, buscan a una tercera persona para, supuestamente, mediar en el conflicto y ésta, al adoptar una postura de uno u otro lado, puede conseguir el efecto contrario y el desacuerdo será aún peor. Otras veces, cuando las dos partes en conflicto son incapaces de resolver su problema aúnan sus esfuerzos para centrar la atención en otro miembro de la familia, como una forma de desviar la atención y evitar el trato del verdadero problema.
Dentro de cada familia existen algunas alianzas y ciertas rivalidades. Por ej., la madre y su hija podrían formar una coalición contra el padre y el hijo. O la madre y el padre se unen contra los niños en un tema particular. Pero en una familia sana estas alizanzas no son fijas, cambian de una situación a otra y no perturban el funcionamiento del hogar. Sin embargo, cuando se vuelven rígidas y de larga duración pueden hacer mucho daño.
No debe olvidar que los niños aprenden a manejar los desacuerdos viendo el ejemplo de sus padres. De cómo utilizan "buenos" argumentos. Del éxito de una reconciliación. El modelo para sus hijos es usted.
Adaptado de HealthyChildren.org - Family Arguments
Academia Americana de Pediatría.