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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

domingo, 30 de mayo de 2010

"Quiero que el médico me comprenda".

Todo paciente tiene el derecho a ser comprendido por el médico. Y para convertirse en un médico competente, en el más amplio sentido de la palabra, es imprescindible, el reconocimiento de su capacidad, es decir, de su aptitud para ejercer la profesión.

Sin embargo, para garantizar la calidad de la atención es necesario, además, que el médico cuente con tres actitudes fundamentales ante su enfermo: empatía, curiosidad y respeto.

Por otro lado, la comprensión del médico requiere, a su vez, la confianza del paciente. Así pues, para obtener buenos resultados de la relación entre médico y paciente se necesita un requisito indispensable: la buena comunicación.

Y la comunicación va de la mano de la cultura. Por ejemplo, los adolescentes tienen su propia cultura, caracterizada por el modo en que se visten, el tipo de música que escuchan, las cosas que más valoran, ... y por la forma en que se comunican.

Si tenemos en cuenta que los propios padres y los adultos en general, ya olvidados que una vez fuimos jóvenes, chocamos en nuestra relación con los adolescentes, no es como para sorprenderse que la relación entre un médico y su paciente pueda llegar a ser más difícil de lo deseable.

Lógicamente, si hablamos de comunicación y de culturas, en un mundo actual con grupos sociales cuyos patrones de comportamiento humano y de educación son diferentes según su edad, sus creencias, sus costumbres, su país, su idioma, ... surgirá inevitablemente una pregunta: ¿es el médico tambien competente desde el punto de vista cultural?

En definitiva, se trata de otra dificultad añadida para comprender la enfermedad y la propia vida de cada persona.

Unos investigadores han sugerido que la competencia cultural del médico no puede enseñarse ni aprenderse y que algunos médicos son, sencillamente, más sensibles que otros a las diferencias culturales. Sin embargo, es posible enseñar ciertas habilidades para ayudar a los médicos clínicos, independientemente de sus actitudes.

En la segunda parte de este artículo se aportarán algunas preguntas concretas que se formulan, en el ejercicio de la medicina pediátrica, al paciente y a su familia para brindarles una atención más completa y útil.

Para un ejercicio competente de la medicina desde el punto de vista cultural, uno de los primeros desafios radica en reconocer que la medicina posee su propia cultura, que muchas veces se contradice con la de los pacientes.

Por cierto, antes de empezar el proceso de tratar a un paciente, el médico debe tener idea de sus propios valores, creencias y comportamientos culturales. Es más, cuando no podemos manejar nuestros prejuicios, ¿reconocemos esta limitación y lo derivamos a otro compañero para que lo asesore adecuadamente?

Con toda lógica, si cada paciente aporta su particularidad, el hecho de ser culturalmente competente implica que los clínicos (médicos, psicólogos y enfermeros) no deberán tratar a todos los pacientes de la misma forma.

Asímismo, la competencia cultural no es una cualidad a utilizar únicamente cuando el paciente es de otra raza o si habla otro idioma, puesto que algunos de los casos más sorprendentes de "mala comunicación" ocurren con pacientes y familias que se parecen a sus médicos, desde un punto de vista cultural. Es decir, el paciente y su médico pueden compartir la raza, el idioma y la cultura y, sin embargo, es posible que no tengan los mismos valores o creencias.
En conclusión, los médicos se enfrentan ahora, como nunca antes, al desafío de brindar atención a culturas distintas. Para ello, deben hacerlo con sensibilidad, humildad y eficacia, ser abiertos y comprender a los pacientes en lo que refiere a las diversas creencias en torno a la salud, a las distintas maneras que tienen de entender las enfermedades, a sus diferentes formas de buscar ayuda y a sus preferencias en cuanto a los sistemas de atención médica.

Por lo tanto, la competencia cultural no es sólo cuestión de "hacer las cosas bien", sino que constituye una herramienta importante para aumentar la satisfacción y la seguridad de cada paciente y para mejorar los resultados de lo que se hace respecto a su salud.
Adaptado de Cheryl Kodjo, MD, MPH. Profesor Asistente de Pediatría, División de Medicina de Adolescencia, Universidad de Rochester, Escuela de Medicina, Nueva York. Pediatr Rev. 2009;30:57-64.