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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

domingo, 18 de marzo de 2007

Alimentación de los bebés: continuará la búsqueda del patrón ideal.

Existe el reconocimiento general de que la lactancia materna es la más adecuada para la alimentación de los niños. La selección natural, durante miles y miles de años de evolución de la especie humana, avala la calidad de la leche materna y se está de acuerdo, por tanto, en que es el modelo para desarrollar otras leches. Donde más evidente se hace la superioridad de la leche de mujer sobre las leches artificiales es en la protección contra las infecciones. En el futuro, es escasa la probabilidad de que los principales componentes antiinfecciosos de la leche materna puedan incorporarse a las nuevas fórmulas lácteas.

Por otro lado, durante los primeros meses de vida, el crecimiento del bebé es el índice más sensible para valorar su estado de salud y la calidad o suficiencia de su alimentación. Cada lactante tiene un potencial, determinado genéticamente, para su crecimiento. Si el niño permanece relativamente libre de enfermedades y recibe un aporte suficiente de calorías y nutrientes esenciales alcanzará su potencial de crecimiento.

Cuando no es posible dar el pecho, los bebés tienen que ser alimentados con leches de fórmula y se ha observado que estos lactantes crecen, por lo general, más rápidamente que los que toman el pecho, no sólo en peso sino en talla. Puesto que está descartado que los niños criados con fórmulas lácteas estén sobrealimentados y que, al menos, algunos lactantes criados al pecho no alcanzan su potencial, debe entenderse que la evolución de la especie humana tiene mucho que ver con este asunto.

La supervivencia de la especie requiere que la madre "invierta" en sus hijos, hasta el punto de cuidar de sus descendientes para que sobrevivan y se reproduzcan. Esto no podría conseguirse si el aporte de leche idealmente adecuado para satisfacer las necesidades del niño agotara las reservas nutritivas de la madre. Es decir, para que el niño sobreviva, la madre que lo alimenta debe sobrevivir a su vez y conservar un grado de salud suficiente que le permita cuidar del niño, poder seguir alimentándolo y además invertir en otros descendientes, incluidos los que todavía no han nacido.

Es cierto que la leche producida, por ejemplo, por las mujeres desnutridas de Gambia es de la misma cantidad y calidad que la leche producida por las mujeres bien nutridas del Reino Unido. Sin embargo, aunque la madre puede perjudicarse a corto plazo en beneficio de su hijo, es evidente que a largo plazo no puede soportarlo.

En conclusión, se sabe muy poco acerca de las costumbres de nuestros antepasados con respecto a la alimentación de los lactantes. En la actualidad, hay varias tribus en las que las madres ofrecen a sus hijos alimentos premasticados. Esta práctica, tan poco atractiva para la mayoría de las personas de las sociedades industrializadas de hoy en día, parece un método razonablemente seguro para suplementar los aportes de calorías y nutrientes de sus hijos alimentados al pecho. Es probable, pues, que el crecimiento más rápido de los niños criados con lactancia artificial sea, sencillamente, una consecuencia de su contenido más generoso de calorías y nutrientes esenciales. A falta de pruebas científicas de que un menor crecimiento en los niños criados al pecho sea ventajoso, parece lógico que los datos disponibles y verificados acerca del crecimiento de los niños alimentados con leche artificial se tengan tambien en cuenta, como referencia, a la hora de desarrollar nuevas leches infantiles en el futuro. Adaptado de S.J. Fomon, M.D. Pediatrics (Ed esp) 2004;57(2):77-81.