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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

domingo, 20 de mayo de 2007

El dolor en los lactantes.

Aunque ahora pueda parecer increíble, hasta hace 20 años se creía que que los bebés sentían menos dolor que los niños de mayor edad, por lo que no se les administraba apenas analgésicos ni anestesia en muchas intervenciones quirúrgicas.

En un reciente estudio, el autor concluye que es necesario administrar analgésicos a los lactantes que se someten a procedimientos dolorosos y sugiere que las molestias causadas por la punción del talón, de una vena o la de las vacunaciones pueden disminuirse considerablemente si el lactante toma, dos minutos antes, un poco de agua con glucosa o edulcorantes artificiales (preferentemente 0,5 ml./kg. de sacarosa al 33%) y si durante el procedimiento doloroso se tiene en brazos al lactante, se le da de mamar o bien se le pone el chupete. Adaptado de Shann, F. Lancet 2007; 369(9563): 721-723.

Recién Nacidos: cuidados intensivos y padres.

En la actualidad, gracias a los avances de la medicina, los niños prematuros y de alto riesgo sobreviven, después de pasar semanas y meses en las unidades de cuidados intensivos. Dado que sus hijos están asistidos por medios tecnológicamente muy complejos, los padres están, comprensiblemente, temerosos e indecisos porque no saben cómo atenderles. Tampoco se sienten necesarios como padres y el ambiente de la unidad de cuidados intensivos les asusta. La consecuencia es que, a menudo, se apartan de su hijo. Los médicos y las enfermeras están muy atareados con su trabajo y, por tanto, muchos de estos recién nacidos pasarán largo tiempo en sus incubadoras, recibiendo una atención médica de primera calidad, pero sin la asistencia emocional que tambien es necesaria para la vida.

El siguiente caso es la historia real de una niña que no tuvo un cuidador interesado en su vida:

Jessica nació a las 28 semanas de embarazo con un peso de 794 gramos. Era la primera hija de una madre de 18 años de edad y un padre algo mayor. Precisó en un primer momento respiración asistida y después desarrolló graves infecciones. Estaba muy enferma y era una lactante irritable que intentaba llorar y se agitaba. Cuando coloqué las manos suavemente sobre su cabeza, se calmó y estuvo atenta unos instantes. Al retirar las manos, volvió a ponerse nerviosa. Las enfermeras dijeron que los padres la visitaban cada fin de semana pero que no la tocaban ni le hablaban. La voz, el tacto y el olor de la madre es tan importante que desde que comenzó esta relación con su hija, la mejoría fué tan notable como para evolucionar favorablemente y, tras 4 meses y medio, fué dada de alta con un peso de 2.260 gramos.

En resumen, se ha reconocido la necesidad de contacto humano que tiene el recién nacido prematuro. Es imprescindible un cuidador constante en su vida que le toque, lo tenga en brazos y le hable. Idealmente, estos cuidadores deberían ser los padres y hay que ayudarles a comprender la importancia de su papel.

A medida que sigamos aprendiendo más sobre cómo relacionarnos mejor con nuestros recién nacidos prematuros, será interesante ver el efecto de esta asistencia en su desarrollo y los progresos en sus vidas futuras. Adaptado de Marlene S. Goodfriend, MD. Pediatrics (ed. esp.) Vol. 35, núm. 1, 1993.

sábado, 19 de mayo de 2007

Piojos y liendres en niños escolares.

Se trata de un problema frecuente en los niños. Sin embargo, es preciso saber que las liendres son simplemente el envoltorio del huevo y que éstas pueden contener un embrión en desarrollo o ser cáscaras vacías. Por tanto, todas no son contagiosas. Además, no todas las personas con liendres tienen piojos. Las liendres se hallan firmemente unidas al tallo del cabello y pueden persistir largo tiempo.

A menudo se recomienda a muchas escuelas que impidan acudir a los niños hasta eliminar las liendres visibles, incluso sin haber piojos. Dado que algunos de estos niños no llegarán a infestarse, es posible que esta conducta pueda dar lugar a tratamientos innecesarios, pérdida de días de escuela y de horas de trabajo de los padres.

Aunque es cierto que se desconoce la probabilidad de que las liendres se transformen en piojos, algunos investigadores consideran que las liendres que están próximas al cuero cabelludo contienen embriones de piojos en desarrollo. Se basan en que la hembra adulta del piojo pone sus huevos cerca de la base del cabello. Es decir, se considera que tener 5 o más liendres a menos de 6 mm. del cuero cabelludo es un factor de riesgo.

En conclusión, dado que los tratamientos anti-piojos no pueden eliminar completamente los huevos, se sugiere que en vez de perder todo un día de escuela, los niños con liendres podrían someterse a revisiones periódicas de 3-5 minutos para excluir la presencia de piojos vivos. Los que tengan 5 o más liendres a menos de 6 mm. del cuero cabelludo necesitarán exámenes más rigurosos.

Esta propuesta de modificación en la pauta de control de los piojos en la escuela requiere que las personas encargadas de examinar a los niños sean adiestradas y, por supuesto, que dispongan de tiempo suficiente.

Aunque el hecho de que los padres eliminen manualmente las liendres puede disminuir el riesgo de que los niños se infesten, es necesario realizar más estudios para averiguar cuál es el grado de eficiencia de esta medida. No hay motivos para creer que la extracción de las liendres sólo se logrará si los niños salen de la escuela.

Después de largo tiempo de temores y anécdotas, se requieren, por fín, métodos racionales para el control eficaz de los piojos de la cabeza en los niños. Adaptado de L. Keoki Williams, MD y cols. Pediatrics (ed. esp.) Vol. 51, núm. 5, 2001.

domingo, 13 de mayo de 2007

Intoxicación por agua en niños.

Debido a que cada vez se producen más olas de calor en los meses de verano, deben extremarse las precauciones frente al calor y la deshidratación, adoptando medidas tales como beber más cantidad de líquidos, sobre todo agua.

Por tanto, se suele aconsejar a los padres que den a los lactantes y niños pequeños una gran cantidad de agua a lo largo del día, y aunque, en la mayoría de las situaciones, esta recomendación es razonable, puede ocurrir, sobre todo en este grupo de edad, que niños que tomen, exclusivamente, una cantidad excesiva de agua puedan padecer trastornos por falta de sodio; por ejemplo: convulsiones.

Así, es importante informar, con precisión, a los padres de la necesidad de una hidratación correcta y de los posibles riesgos de la intoxicación por agua. Adaptado de Kayani, R.M. y cols. Arch Dis Child 2007; 92(1): 90-91.

Accidentes en niños: caídas por la ventana.

Cada año, en Estados Unidos, entre 15 y 20 niños fallecen antes de los 10 años de edad y más de 4000 ingresan en urgencias por lesiones y traumatismos causados por caídas desde una ventana. La frecuencia de este tipo de accidentes es, lógicamente, más alta durante los calurosos meses de verano, al dejar abiertas las ventanas.

En el mes de Julio de 2006, en Leicestershire, Inglaterra, se produjeron seis accidentes de niños, entre 3 y 5 años, que se habían caido por la ventana de su habitación. En cinco casos, su cama estaba cerca de la ventana. Todos tuvieron que ingresar en la unidad de cuidados intensivos pediátricos, presentaban alteración de la conciencia y necesitaron respiración asistida durante 12-24 horas. La permanencia en la UCI fué de uno a tres días y la estancia hospitalaria total fué de 3 a 10 días. Cinco niños tenían fracturas de huesos largos y de cráneo, y en dos se encontraron imágenes anormales en resonancia mágnética o TAC.

Este tipo de accidentes puede prevenirse si se adoptan medidas tan sencillas como colocar cierres de seguridad en las ventanas para evitar que se abran más de 10 cm y separar la cama y los muebles de las ventanas, sobre todo las literas. Tomado de Hussain, N. y cols. Arch Dis Child 2007; 92(1): 90.

martes, 1 de mayo de 2007

La violencia doméstica y sus víctimas silenciosas: los niños.

En la actualidad, en lo que respecta a la violencia doméstica, la atención pública se centra, lógicamente, en las principales víctimas: las mujeres. Sin embargo, la atención prestada a los hijos que, como víctimas silenciosas, presencian dicha violencia, es muy escasa o casi nula. Es evidente que los niños que son testigos de violencia pueden presentar importantes problemas psicológicos y de conducta que alteran su funcionamiento en la escuela, en casa y con sus amigos o compañeros.


Un niño en presencia de peligro se dirige, típicamente, a uno de sus padres en busca de protección y es desolador que no encuentre seguridad si uno de los padres es el que comete la agresión y el otro una víctima aterrorizada.


La primera vez que un niño se expone a la violencia es, a menudo, en el hogar. En las familias en las que las mujeres son golpeadas, la mayor parte de los hijos presenciarán dichas escenas de violencia y presenciarlas puede ser tan traumático como ser víctimas directas de ella. Los niños pueden sufrir un trastorno de estrés o presentar signos evidentes de problemas de conducta o emocionales. Incluso los lactantes y los niños muy pequeños pueden presentar síntomas tales como trastornos del sueño, pérdida de apetito y retraso del desarrollo. Otros niños presentarán alteraciones de la concentración en el colegio y pueden estar atemorizados ante la idea de dejar sola a su madre, ya que temen por su seguridad. Incluso algunos intentan protegerla heroicamente, "poniéndose duros" para ocultar sus miedos y llegan, incluso, a parecer insensibles y despreocupados.


Los medios de comunicación hacen saber a la opinión pública que muchos adolescentes con problemas serios de drogas o alcohol, expulsados del colegio o que cometen terribles actos de violencia con sus compañeros, tienen una historia infantil de malos tratos en el hogar. La agresividad entre los padres enseña a los niños poderosas lecciones con respecto al papel de la violencia en las relaciones personales. En la vida adulta tienen más probabilidades de ser ellos mismos víctimas o agresores. Un número elevado de varones que pegan a sus mujeres crecieron en hogares donde el padre pegaba a la madre. Las niñas que crecen en hogares violentos serán más probablemente maltratadas.


En el 50% de las familias en las que existe violencia, los niños no son únicamente "espectadores pasivos" sino víctimas directas de los malos tratos y, con frecuencia, lo son en medio de una agresión entre sus padres.


La crianza de los hijos es siempre difícil. Sin embargo, cuando una mujer es víctima de violencia doméstica, la dificultad adquiere una nueva dimensión. Como víctima, puede llegar a estar tan preocupada por su seguridad y supervivencia que puede ser incapaz de valorar por completo las necesidades o la situación de sus hijos. Por otro lado, los padres creen a menudo que los niños no son conscientes ni capaces de apreciar lo que están viendo y viviendo.


La gran dificultad para los pediatras estriba en que los hijos que presencian escenas violentas son víctimas silenciosas o "espectadores pasivos" y, por tanto, sus cicatrices pueden ser invisibles. De tal forma, es posible que no se pueda apreciar su estrés y perder así la oportunidad de ayudarles. Si se pone de manifiesto la existencia de violencia doméstica, es esencial que el pediatra valore primero la seguridad de la madre y de sus hijos y si el niño ha sido objeto de malos tratos. Intentar conseguir un máximo de seguridad puede ser una tarea muy difícil, cuando la madre se siente incapaz de abandonar a su pareja porque no tiene recursos económicos o está demasiado atemorizada. Su miedo está bien fundamentado: Las mujeres tienen más riesgo de sufrir lesiones graves inmediatamente después de dejar a su pareja.


Finalmente, aunque los pediatras tienen en cuenta, desde hace tiempo, los trastornos de las relaciones entre los padres y los malos tratos a los hijos, todavía, no nos hemos centrado lo suficiente en las necesidades de los niños que presencian escenas violentas familiares. Se precisan, además, nuevos estudios para saber por qué algunos niños parecen recuperarse mejor que otros. En conclusión, deberemos dirigir tambien nuestros esfuerzos hacia una prevención primaria que consiste, ante todo, en educar a nuestros pequeños pacientes y enseñarles, para cuando sean adolescentes y futuros padres, que las relaciones íntimas no pueden ser violentas. Adaptado de B. Zuckerman, M.D. y cols. Pediatrics (ed. esp.) Vol. 40, núm. 3, 1995.