Algunos jóvenes, cuando ya han cumplido treinta y tantos años, tienen la sensación, en ciertos momentos, de estar a punto de 'perder el tren', si aún no son padres, si no viven ya con una pareja estable, si no han seguido en su trabajo la tradición familiar o si su vida, en general, no les hace sentir, ante los demás, como 'bien situados' ... Nada más lejos de la realidad.
Nuestras acciones y decisiones están condicionadas por nuestros modelos mentales, por la educación que hemos recibido. Por nuestras creencias. Y todos tenemos un buen repertorio de ellas. Algunas nos impulsan; otras nos limitan. Pero muchas son inconscientes y todas son activas, porque moldean nuestros actos. Son juicios, opiniones muy arraigadas que se forman en el pasado, viven en el presente y condicionan nuestro futuro.
Hasta aquí, creencias individuales. Pero más allá están las creencias colectivas. Muchos de nuestros pensamientos personales son a su vez compartidos por la familia, la comunidad, un grupo social o una cultura determinada. Estas creencias colectivas, a su vez, nos refuerzan o nos limitan aún más. ¿Cuánto nos costará apostar por algo nuevo si, además de nosostros mismos, nuestro entorno nos repite que más vale pájaro en mano que ciento volando? Muchas veces viajar o salir de esos círculos más próximos nos ayuda a ver nuestra casa desde otra ventana, y a cuestionar aquellas creencias colectivas limitadoras de las que no éramos conscientes. Así, si pensamos que se nos ha pasado el tren, será probablemente más difícil para nosotros alcanzar ese objetivo que deseamos.
¿Fín de la historia? No. Nuestras creencias tiñen nuestra percepción de las cosas, sí. Pero no con tinta permanente. ¿Qué hay que hacer? Pues busquemos qué creencia nuestra está en juego, revisemos su validez y después decidamos si queremos continuar con ella o la sustituimos por otra. Nada fácil, es verdad. Pero no es tinta indeleble.
En una línea del tiempo, existe el pasado, el presente y el futuro. Lo que no es presente o futuro pertenece al pasado. Y es que, según Peter Senge, solemos pensar en líneas rectas a pesar de que el mundo tenga estructuras circulares. Pensad como ha sido vuestra vida hasta ahora. ¿Cómo la dibujaríais? ¿Sería una línea cronológica tal y como aprendimos historia en el colegio? ¿Qué ocurriría si la visualizáramos en círculos, en etapas? Como si fueran eslabones que se engarzan. Entonces veríamos nítidamente qué engranaje les une, cuántos aros hay, qué distingue un aro del otro. Y en la perspectiva global observaríamos el collar de nuestra vida.
Cuando se tiene el síndrome de perder el tren, un cambio de enfoque puede ser providencial. Pensar en un proceso compuesto por ciclos y no en líneas rectas desde el nacimiento hasta la muerte puede llevarnos a ver y a vivir nuestra situación de manera distinta. El Hudson Institute de Santa Bárbara propone analizar todo cambio a través de un diagrama circular estructurado en cuatro fases, parecido a la transformación de una oruga en crisálida y que muchos coaches conocen bien.
¿Te animas a cambiar de perspectiva? No olvides que si tomas conciencia de que ya estás en una nueva fase, probablemente las siguientes lleguen con mayor rapidez. Todo depende de lo profunda que sea nuestra creencia de que aún no llegamos tarde y de lo profunda que sea la transición que queramos hacer. No ignores el desafío ni te limites a vegetar. Debes darte la oportunidad. Sigue dibujando círculos.
Adaptado de Helena Vidal-Folch. Psicología. EPS. Nº 2.045/06.12.2015;20-22.