...

"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

viernes, 26 de agosto de 2016

Vivir como los niños

Fijémonos en los niños. Cuando son chicos y juegan con algo, lo hacen solo con eso. Es cierto que si aparece un nuevo estímulo pueden abandonar lo que tienen entre manos y dirigirse a otro asunto con suma facilidad. Pero es debido a la curiosidad. Su percepción del tiempo no existe. Su presente es absoluto y a él se entregan con los cinco sentidos. Saben parar el reloj y vivir intensamente.

Sin embargo, cuando somos adultos, olvidamos que presente significa regalo. Y los regalos
se disfrutan, se saborean y se aprecian. Deberíamos recordar que para vivir intensamente, como los niños, estamos obligados a parar el reloj, a no pensar en otra cosa más que en lo que estamos experimentando en ese momento. El tiempo es el que es. Lo único que está en nuestra mano es decidir cómo queremos disfrutarlo. Tiempo de calidad, no cantidad de tiempo.

Cuando realizamos una actividad, perseguimos hacer otra al mismo tiempo. Por ejemplo, los fabricantes de cintas de correr suelen instalar en ellas televisores para seguir el partido de fútbol o las noticias mientras se practica deporte; vemos televisión en casa mientras chateamos o navegamos con el móvil. Incluso las propias cadenas de televisión rotulan en pantalla durante los debates y entrevistas lo que los televidentes tuitean. Parece como si vivir únicamente una sola realidad fuera insuficiente.

Es frecuente ver a parejas en una cafetería que combinan la conversación entre sí con otras a través del móvil con terceras personas. No se trata de una crítica tipo "cualquier tiempo pasado fue mejor". Lo quiere explicar este ejemplo es que cuando se instala en el ser humano una insuficiencia constante sobre el presente, se ancla al mismo tiempo una creencia deficitaria de la vida y, por tanto, la probable conclusión de que la existencia no haya sido plena. Un deseo por multiplicar el presente desemboca en una insatisfacción del pasado.

Hemos de ser exigentes cuando se trata de vivir nuestro tiempo, para llegar al final de nuestras vidas y poder decirnos a nosotros mismos: "Ha estado bien así, si volviera a vivir no cambiaría nada, no deseo volver atrás". Tal vez sea este el máximo anhelo de nosotros.


Adaptado de Fernando Trías de Bes. EPS 2070. Psicología, 18-20.