...

"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

sábado, 17 de noviembre de 2012

Parto a la carta

Dar a luz es una de las experiencias más intensas que va a tener una mujer o una pareja a lo largo de su vida; y dar a luz no es fácil. Habitualmente es doloroso y potencialmente representa un riesgo tanto para la madre como para el feto y el recién nacido.

Durante la primera mitad del siglo XX, las elevadas tasas de mortalidad, tanto materna como fetal, fueron la causa del inicio de la medicalización del proceso del parto. Había que luchar contra uno de los mayores enemigos: la infección. Muchas de las medidas que ahora vemos como agresivas
fueron clave en esos momentos: la oxitocina que lograba disminuir la duración de los partos; la episiotomía que acortaba el periodo expulsivo y se creía que protegía el suelo de la pelvis; la monitorización interna del feto, en un intento de evitar el sufrimiento fetal intraparto y sus terribles secuelas neurológicas. Incluso la postura del parto se modificó para poder ayudar a las mujeres en caso de necesitar una ayuda instrumental.

Todo esto llevó a convertir el parto en un acontecimiento médico, centrando la atención en el aspecto tecnológico y llegando a separar el aspecto físico del aspecto mental de la mujer, perturbándola en la toma de decisiones respecto al parto y, en general, aislándola de su entorno familiar.

En la actualidad, la tasa de mortalidad perinatal, gracias a los cuidados prenatales y alimenticios, los antibióticos, el surfactante, la mejora en los cuidados postnatales, las transfusiones y los soportes vitales, ha disminuido drásticamente; y la mortalidad materna es afortunadamente residual. Y todo ello ha coincidido con una demanda de la mujer y la pareja de vivir el momento del parto como una experiencia personal íntima, de autoconfianza y a veces espiritual.

Pero no todos los casos presentan el mismo riesgo de cara al parto. Los avances en el diagnóstico prenatal nos han ayudado a informar y determinar qué partos y qué fetos tienen más riesgo de tener complicaciones y por lo tanto se beneficiarán de un mayor control y en qué casos no se prevén complicaciones, aunque siempre debamos estar alerta. Muchas de las medidas que antes eran fundamentales se han demostrado innecesarias en estos momentos y otras sólo se aplicarán en casos determinados.

Las diferentes culturas nos enseñan que no hay una única manera de dar a luz; que se puede estar sola o acompañada, parir en diferentes posturas, que unas mujeres desearán aliviar su dolor, mientras que otras querrán sentirlo, que unas desean oir música y otras hablar con su pareja, que hay quien desea que su hijo nazca en el agua y otras no.

Ahora sabemos que el contacto íntimo, piel con piel, con la madre en el momento de nacer favorece el vínculo materno-filial; que la lactancia materna es la mejor forma de alimentación, aunque disponemos de otras; que la presencia de la pareja en todo el proceso refuerza el vínculo; y tambien que hacer una cesárea no es un impedimento como para que separemos a la madre y al niño.

Cada mujer, cada pareja, son un pequeño mundo y desean cosas diferentes.

Todo ello no es incompatible con que en los casos de riesgo, o si surge alguna complicación, pongamos a nuestra disposición todo el arsenal terapéutico necesario, tanto obstétrico como pediátrico y anestésico, y que a pesar de eso sientan  que han controlado su experiencia vital.

Y este tipo de atención puede darse en nuestros hospitales; pero no es sólo una cuestión de adaptación de nuestros "paritorios", que es por supuesto necesaria; sino de una adaptación más profunda en la mentalidad de los equipos asistenciales.

Entender a los padres, empatizar con ellos y facilitar ese momento tan importante en sus vidas, es nuestra responsabilidad y nuestro privilegio, el de todos los que vemos diariamente cómo nace un niño.

Tomado de B. Santacruz Martín. Rev. Pediatr Aten Primaria. 2012;14:193-4. ISSN: 1139-7632
www.pap.es