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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

domingo, 21 de mayo de 2017

Deje que su hijo se aburra

"Papá, mamá: ¡Me aburro!"

Esta frase, normalmente expresada en tono de queja, es un clásico de la infancia. Que levante la mano quién no la haya pronunciado o escuchado alguna vez.

La diferencia, sin embargo, es que en el siglo XX, cuando un niño manifestaba en voz alta su aburrimiento, las respuestas más comunes por parte de los padres podían oscilar entre la más completa indiferencia, un vago "ya encontrarás algo que hacer" y una frase tan contundente como: "Pues date con una piedra en la espinilla".


Independientemente del grado de intensidad de la respuesta, lo cierto es que, hasta no hace demasiado tiempo, el que un niño se aburriera no agobiaba a sus padres. El ser padres implicaba muchas cosas (como criar niños sanos y, a ser posible, con estudios), pero no conllevaba el ejercer de animadores de la existencia de los hijos, para evitarles a toda costa el fantasma del aburrimiento.

Hoy, las cosas han cambiado rotundamente. En una sociedad 'hiperactiva', el no tener tiempo -el "ir de cabeza"-, se ha convertido en un símbolo de estatus. El aburrimiento es sinónimo de fracaso. Y para los bienintencionados padres del siglo XXI, el que un hijo pronuncie las palabras "me aburro" equivale a un fallo como padres.

Una de las implicaciones de la 'hiperpaternidad' de ahora -el modelo de crianza en boga en Occidente, completamente centrado en el niño-, es la responsabilidad paterna del entretenimiento de los hijos. Además de ser chóferes, secretarios, guardaespaldas, mayordomos y managers, los 'hiperpadres' también tenemos que ser animadores. Ello significa dotarles del mayor número de estímulos posibles a fin de que, ni tan siquiera durante unos minutos, el aburrimiento los invada.

Para evitarlo existen muchas opciones: de las socorridísimas tablets en todas sus variedades, a las costosas experiencias mágicas que los hijos han de vivir sí o sí, pasando por la inacabable oferta de actividades extraescolares y familiares que inundan un mercado cada vez más floreciente.

Esta 'hiperactividad' no solo está agotando a padres y a hijos, sino que está asimismo arrasando con la capacidad de asombro infantil y creando niños que dependen de sus padres para algo tan importante como es su capacidad para entretenerse.

Aburrirse, como explica la doctora Sandi Mann, es un arma de doble filo. Esta psicóloga inglesa lleva quince años estudiando el aburrimiento y considera que de él han surgido tantas cosas negativas como positivas. Para S. Mann, autora de "El arte de saber aburrirse" (Plataforma Activa), el aburrimiento ha jugado un papel clave en la historia de la humanidad. Ha sido tanto el desencadenante de guerras como el de invenciones que cambiaron el mundo. Y es que, dependiendo de quién y de cómo se enfoque, el aburrimiento puede ser tanto un acicate para hartarse de chocolate o enzarzarse en un pelea, como para ponerse a escribir un poema o empezar a reflexionar sobre la existencia; por ejemplo.

El aburrimiento, concluye la Dra. Mann, es una emoción y, como tal, debemos identificarla y saber cómo gestionarla. Hacerlo, asegura, puede ser muy beneficioso; en especial para nuestros 'hiperestimulados' niños, cuyo umbral de tolerancia al aburrimiento y su capacidad de atención son cada vez más bajos.

En esa misma línea de S. Mann están organizaciones como el Foro Económico Mundial que, aunque integra a algunas de las personas más ocupadas del mundo, ha lanzado un llamamiento para pedir a los padres que dejen que sus hijos se aburran. Con el título: "¿Queréis ser buenos padres? Dejad que vuestros hijos se aburran", el Foro se hizo eco de un estudio sobre el impacto del aburrimiento en los niños, realizado por la socióloga Teresa Belton, de la Universidad de East Anglia (Inglaterra).

T. Belton empezó a interesarse por el tema del aburrimiento en los años 90, cuando estudiaba la influencia de la televisión en la narrativa infantil. Tras leer centenares de redacciones escritas por niños de doce años, se mostró muy sorprendida por la falta de imaginación que detectaba en la mayoría. Concluyó que aquella pobreza de narración estaba vinculada al exceso de televisión, uno de los socorridos recursos contra el aburrimiento.

"La imaginación no solo enriquece nuestra experiencia personal, sino que también es necesaria para desarrollar la empatía e indispensable para crear y transformar las cosas", escribe la socióloga Belton. Y para desarrollarla, destaca, es fundamental aburrirse. Un estado que, bien gestionado, actúa de catalizador para crear. T. Belton lo ha corroborado gracias a los testimonios de personas cuyas profesiones están basadas en la creatividad. Escritores, artistas, científicos, etc. le recalcaron el papel clave que había jugado el aburrimiento, en su infancia y en las etapas posteriores de su vida.

El problema es que hoy, los niños, cargados de actividades extraescolares y de todo tipo de experiencias vitales y estímulos virtuales, no tienen, literalmente, tiempo de aburrirse. Y Belton advierte: "Los niños necesitan tiempo para ellos, para desconectar del bombardeo del mundo exterior, para soñar despiertos, para dedicarse a sus pensamientos y ocupaciones y para descubrir así sus intereses y sus capacidades".

La respuesta, como padres, no está en llevarlos a clase de mindfulness o de yoga. Ni en darles actividades y soluciones inmediatas. La respuesta está en "crearles un ambiente tranquilo y propicio para que ellos se espabilen y busquen una salida a su aburrimiento". Hay que hacerles entender que entretenerse requiere tiempo y algo de esfuerzo, y que no implica por sistema echar mano de un aparato electrónico. Es importante que sepan que son ellos, no nosotros, quienes han de conseguirlo.

Distraerse por uno mismo no es una labor sobrehumana y tiene, como enumera Belton, muchas ventajas: entrena habilidades tan útiles como son la curiosidad, la perseverancia, la imaginación, la observación y la concentración. Sin olvidar otra gran despreciada en nuestros tiempos: la tolerancia a la frustración. Cualidades que en un mundo cada vez más frenético, también estamos olvidando los adultos.


Adaptado de Eva Millet. SRD, Mayo 2017; 26-29.

Eva Millet es una periodista barcelonesa, autora del interesante libro: "Hiperpaternidad, del modelo mueble al modelo altar" (Plataforma Editorial) y del blog: www. educa2.info