La mayoría de la gente quiere vivir en pareja. Sin embargo, el desconocimiento que, en general, tenemos de nosotros mismos conlleva, cegados por el enamoramiento, la posibilidad de elegir como compañero de viaje a la persona equivocada. A pesar de ser una de las decisiones más importantes de la vida, se suele tomar antes de tiempo. Lo cierto es que, con los años, esa falta de experiencia y madurez termina pasando factura.
Nadie duda que el amor, como el resto de los asuntos importantes de nuestra vida, no es cuestión de razón, sino de intuición. Y dado que los polos opuestos se atraen, seguramente nos gusten personas con las que podamos complementarnos. Eso sí, más allá de esas diferencias, hay que calibrar cierta afinidad física, emocional, intelectual y espiritual con quien deseamos comprometernos.
La compatibilidad física es la más primaria e instintiva de todas. Aunque es puramente física, también tiene que ver con la química. El deseo, la excitación y la pasión sexual serán más intensos y sostenibles con el paso del tiempo si se quiere locamente a alguien. Que nos vaya bien ya es otra cosa. Dependerá de más variables. Pero ojo: si de entrada no se ha dado este tipo de magia ni de hechizo, es mucho más difícil disfrutar plenamente bajo las sábanas.
La compatibilidad emocional tiene mucho que ver con el afecto, el cariño y la ternura que una pareja se profesan mutuamente. Si existe este tipo de afinidad, es fácil disfrutar con el simple roce de la piel o una caricia. No es casualidad que en uno de estos momentos nos alegremos de poder compartir nuestro tiempo con esa persona y sonriamos. Nos sentimos afortunados de que nos haya elegido. Por eso nos lo ´curramos´ para que nos siga eligiendo, 'ligándonosla´ cada día. Y es que el amor no termina cuando dos personas se casan, sino cuando dejan de comportarse como novios.
La compatibilidad intelectual tiene que ver con la amistad y la complicidad. Sin duda alguna, nuestra pareja es nuestro mejor amigo. Es nuestra persona de confianza en el mundo. Es la primera con quien queremos compartir nuestras alegrías y necesitamos expresar nuestras penas. En paralelo, también tenemos intereses, inquietudes y hobbies en común, con los que podemos montar planes que nos apetezcan de verdad a los dos. Nos lo pasamos tan bien juntos que no necesitamos de otras personas para divertirnos. Y la complicidad es tal que no hay lugar para el aburrimiento ni tampoco para los silencios incómodos. Y en público, no hace falta que nos diga nada para saber lo que está pensando. En casa, encanta a ambos 'comentar la jugada' y tener la oportunidad para reir, algo que ocurre con frecuencia estando juntos. Debido a esa afinidad intelectual, cuando nos relacionamos con otras personas transmitimos ´muy buen rollo´ como pareja. Estamos tan a gusto entre nosotros que es fácil que los demás se sientan del mismo modo cuando están a nuestro lado.
La compatibilidad espiritual tiene que ver con la finalidad que le damos a nuestra existencia. Comprobemos que nuestra pareja cree en nuestros sueños, que nos apoya en nuestras aspiraciones y mira en la misma dirección. Y es que la vida es un camino de aprendizaje. De ahí que sea esencial elegir a la compañía adecuada. No para llegar a un destino en concreto, sino para aprender y disfrutar al máximo del camino; compartiendo una serie de valores, priorizando casi las mismas cosas, creando un estilo de vida por acuerdo, respetando las necesidades y motivaciones de cada uno, afrontando la situación cuando surge el conflicto, honestamente, sin juzgar ni faltar al respeto, dejando el amor propio a un lado y cediendo para adaptarse a las necesidades del momento.
Elijamos con el corazón. Sí, pero con un poco de sentido común.
Adaptado de Borja Vilaseca. El compañero de viaje ideal. Psicología. EPS núm. 2048; 28-30.