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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

viernes, 30 de diciembre de 2016

A propósito de la infidelidad

La fidelidad es una consecuencia de la evolución de la humanidad. Apareció con el mismo objetivo que el de todas nuestras conductas: asegurar la continuidad de los genes. Los seres humanos nacemos muy indefensos, vivimos una infancia prolongada porque necesitamos mucho tiempo para poder desenvolvernos por nosotros mismos. Así que, ya desde hace miles de años, la mujer necesitaba a un hombre a su lado para proteger a sus crías. Y surgió la fidelidad.


Desde un punto de vista biológico, la fidelidad está prácticamente asegurada cuando se está enamorado. En esta etapa no tiene mérito ser fiel, es lo que pide el cuerpo. Cuando el enganche hormonal se termina, incluso si queremos profundamente a esa persona, necesitamos valores y voluntad para continuar fieles.

Si las paredes de las consultas de psicología hablaran, seguro que podrían contar muchas cosas sobre la infidelidad. No solamente acerca del sufrimiento del sujeto engañado, sino también del dolor del infiel y de la tercera persona.

Al descubrir una infidelidad, las posibles reacciones pueden ser muy distintas, a pesar de que existan similitudes emocionales. Por ejemplo, incluso hay quién se alegra porque puede constituir una excusa perfecta para romper la relación sin remordimiento.

Por otro lado, existe un fenómeno psicológico denominado "optimismo no realista" que se produce cuando estimamos que la probabilidad de ser víctimas de un suceso desagradable es menor que la de otras personas. Tenemos tendencia a sentirnos invulnerables. Y en el tema de la pareja, también. Por eso, cuando alguien se entera de un engaño, el golpe es tan duramente inesperado. Se da cuenta de que ese amor no era tan especial, que es como el de los demás mortales.

El sufrimiento da buenas lecciones a quién sabe aprenderlas. En este caso, una de ellas es darse cuenta de que el orgullo tiene que bajar de las alturas. Percatarse de la necesidad de eliminar el pensamiento "esto-nunca-me-pasará-a-mí". Si se puede conseguir sin lastimarse demasiado, nos volvemos más humildes; más sabios. Y esto ayuda a afrontar no sólo la infidelidad, sino también futuros golpes, tanto en el mundo de la pareja como en otras muchas facetas de nuestra vida.

Los seres humanos necesitamos entenderlo todo. Y la increíble complejidad emocional que implica una infidelidad también se quiere meter en una cuadrícula. Y eso no sólo es absurdo por imposible, sino porque encima hace sufrir. "La primera pregunta es por qué. ¿Por sexo, por diversión, por amor, por oxígeno ...?". Es lógico plantearse esta cuestión, pero hay que saber que a veces ni el propio infiel sabe por qué lo ha hecho. Queremos encontrar la razón en el mundo emocional y ahí no la hay.

Una de las explicaciones simplonas que se da a la infidelidad es la falta de amor. Sin embargo, no hay ninguna investigación que muestre esta premisa como siempre cierta. Tal como lo cuenta el psicólogo Javier Martín Camacho -Fidelidad en las relaciones de pareja. Buenos Aires. Dunken Ed., 2004- todas estas opciones son posibles: parejas que se quieren y no se engañan, parejas que se quieren y se engañan, parejas que no se quieren y se engañan, y parejas que no se quieren y no se engañan. El amor y la fidelidad no siempre van de la mano.

Desde un punto de vista simplista se tiende a buscar un único responsable. La culpa la otorga la estrechez de miras. A veces se acusa al infiel; otras, a la tercera persona, y otras, a uno mismo. Explicaciones todas ellas limitadas, que además actúan como una cuchillada afilada sobre la autoestima.

La infidelidad no duele sólo por el engaño; oscurece porque levanta la tapa que deja salir todos los complejos a flote. La inteligencia, la capacidad de amar, las habilidades sexuales, ... Con los complejos destapados, muchas personas engañadas huyen hacia delante. Rápidamente buscan a otra persona o perdonan a quién les ha engañado al instante. Desaprovechar la ocasión para mirar a nuestros complejos a la cara es perder una gran oportunidad de aprender a conocernos mejor.

Una reacción ante el engaño es la venganza. Pagar con la misma moneda. No son pocos los engañados que se lanzan a buscar un amante para desquitarse. El problema quizá ha sido cómo se ha vivido, cómo se ha entendido la pareja: como una inversión de futuro. Hemos dado para obtener algo a cambio. Dos errores: invertir y esperar. Los sabios dicen que el fruto de las acciones está en sí mismas. Si se ama esperando algo, ya se está equivocado. En el fondo la estafa se siente no tanto porque la pareja se ha ido con otra persona y nosotros no, sino porque él/ella ha sido feliz mientras la otra parte ha "invertido en la relación". La mejor venganza no es ir a buscar un sustituto, sino ser feliz.

Al darse cuenta de que la persona que se tiene delante es capaz de mentir, se enfoca la realidad de forma distinta. Se puede vivir una paranoia y lo peor es mirar hacia delante con un panorama de desconfianza perpetua. Controlar se puede convertir en una obsesión. La vigilancia eterna es una opción que nos convertirá en desgraciados. La única salida es la confianza ... ¿en la otra persona? No. En nosotros mismos. Si la desconfianza se ha vuelto insufrible, siempre queda la opción de romper. Lo esencial es que la infidelidad ayude a mejorar ya sea juntos o por separado.

Los seres humanos somos cómicos. Algunas parejas dicen que las mejores relaciones sexuales las han disfrutado después de enterarse de la infidelidad. Notan como un rebrote del enamoramiento. La culpa del infiel, mezclado con el miedo a que se rompa la relación y con una charla profunda sobre la situación de la pareja forman un cóctel emocional y afrodisíaco. En los casos en que este acercamiento sea sincero, la relación de la pareja, lejos de romperse, se fortalece, siempre y cuando esta nueva proximidad se cuide y no quede en un mero espejismo.

El único final feliz de una infidelidad es el perdón. Perdonar no significa forzosamente reconciliarse. Se puede perdonar y seguir; perdonar y romper. Disculpar significa hacerse un regalo a sí mismo. Quitarse el resentimiento de encima. El resentimiento no superado convierte la infidelidad en un dolor crónico. Perdonar no significa pasar página. No es algo que se pueda hacer instantáneamente. El dolor inicial no lo quita nadie. Se debe subir un escalón, hay que mirar la situación desde más arriba. Abrir el angular, comprender la naturaleza humana y sobre todo asumirla. La vida es así, compleja, emocional, inesperada.

"La pareja no se apoya sobre la permanencia del amor y de la sexualidad, sino sobre la permanencia de la ternura".  K. Axelo


Adaptado de Jenny Moix. Reacciones ante la infidelidad. Psicología. EPS núm. 1988; 24-26.